Bienvenido, 2017.

Empecemos

En nada empieza un nuevo año que espero que sea uno de los mejores de mi vida. En este post no quiero comunicaros nada en especial, de hecho, lo voy escribiendo sobre la marcha. Así que quiero hacer un pequeño resumen de este pasado año a modo de recuerdo . El 2016 ha sido un año raro, bueno y malo, todo al mismo tiempo. Pero empecemos por el principio.

Una cosa está clara, las cosas que pasan no entienden de días ni de años. Lo justo sería incluso remontarse al pasado junio de 2015 para entender toda la etapa que dura hasta el pasado mes de septiembre cuando me mudo a Madrid, aunque ya llegaremos a eso, tranquilidad.

 

Adiós al Conservatorio

Era un junio horriblemente caluroso en Mallorca, de esos que hacía décadas que no llegábamos a susodichas temperaturas. Yo, un Gerard estudiante de tercero de carrera de Audiovisuales y, además, estudiante de tercero en el Conservatorio, estaba especialmente agobiado por los exámenes. Recuerdo que ya hace dos años soñaba en la cafetería del Conservatorio, mientras comía a toda prisa para no llegar tarde a clase, en mi vida actual, independizado, con una carrera y viviendo en Madrid alejado de todo el mundo que conocía. Un borrón y cuenta nueva literal.

Ese mes de junio llegó a su fin con un montón de exámenes, por la mañana de la Universidad y por la tarde del Conservatorio. Todo ello acompañado de una faringitis severa que me hizo perder las convocatorias de no pocas asignaturas. Después de superar, con relativo éxito ese trago tomé una decisión importante: dejar el conservatorio. No fue algo fácil ya que entrar fue uno de los retos más complicados a los que me había enfrentado hasta la fecha. Pero no podía seguir así. Demasiada presión, demasiada dedicación y muy poco tiempo. Además, a la vuelta de la esquina, pasado el verano, me esperaba el último curso de la carrera y, con ello, el temido y odiado TFG.

 

El último año de la carrera

Pasó el verano sin más y llegó el momento de comenzar las clases. Y con el comienzo de las clases también empezaron algunas situaciones personales complicadas que me acompañarían en primer plano bastantes meses, influenciando y condicionando el resto de mis actos. Pasaron los meses y llegó la Navidad. Ahora se cumple un año y sigue siendo igual de raro recordar ese momento. En aquel entonces también encontré un trabajo que me quitó, de raíz, las vacaciones. Trabajando hasta tarde el 24 de diciembre y llegando cansadísimo el 31. De modo que no salí ni celebré nada exceptuando las obligadas comidas familiares.

Oh, mi querido TFG

¿Y qué viene ahora? Exacto, el TFG. Un trabajo académico con un peso totalmente desproporcional e inútil que requería una dedicación íntegra de mi vida (día y noche) para poder llegar a tiempo, hacer las tutorías correspondientes y sacar un estudio de campo digno de exponer ante un tribunal. Pasé horas, días y meses encerrado en la universidad, en los seminarios, la biblioteca y el bar escribiendo y leyendo libros para que mi mente intentara sacar algo de provecho de todo aquello. Sufriendo la mala conexión WiFi del centro que no hacía más que aumentar nuestra frustración y nuestro odio ante tal despropósito de trabajo. Llegó el día de la entrega y el trabajo estaba… incompleto. ¡Suspendido!

La agonía se alargó hasta el 15 de julio. El fatídico día de la presentación. Con un trabajo que distaba mucho de ser perfecto pero que llevaba muchas horas encima. De modo que me personé en el aula y ante el jurado expuse todo aquello en que había trabajado. Llegó el turno de las preguntas. Los 35 minutos más largos de mi vida con un tribunal (en especial uno de los miembros) que rozó, con su falta de tacto, la mala educación y el desprecio. Críticas y calificaciones que no reflejaban, para nada, su presunta profesionalidad. En ese momento, ya se me habían ido los nervios y no sabía que hacer, estuve a punto de abandonar la sala y dejar al energúmeno hablándole al proyector; pero eso hubiera sido motivo de suspenso directo y yo no contemplaba esa opción. Finalmente, con una nota mediocre, superé la tortura.

 

¿Y ahora qué?

Increible pero cierto, habían pasado cuatro años desde aquel 21 de septiembre de 2012 que pisé por primera vez la Universidad y ahora ya tenía una carrera. Desgraciadamente hoy en día eso es el equivalente a no tener trabajo, pero con un bonito título que todavía espero que me envíen a casa, previo pago de 250€, debe ser que el papel en el que lo imprimen es de oro, fruto del amor entre dragones y unicornios.

Pero centrémonos. ¿Carrera? Sí. ¿Trabajo? 404 Not found. Era el momento de encontrar un Máster. Recordemos que ya en ese 2015 ya tenía en mente algunos de ellos y la mayoría estaban en Madrid. Así pues, sopesé todas las opciones y alternativas y me decanté por el Marketing Digital. Y, siendo sinceros, por el más económico. Ahora que ya estaba todo claro toca encontrar piso; otra pesadilla para mi colección.

Horas perdidas en portales web de alquiler de pisos, pisos compartidos y habitaciones alquiladas en casas ajenas. Hasta que se acercó la fecha de inicio de las clases y, aquí un servidor, no tenía todavía hogar donde caerse muerto en la capital. ¡Vayamos a la aventura! Una semana entera en Madrid para buscar piso, el único objetivo era volver a Mallorca con un contrato firmado, costase lo que costase y fuera lo que fuera.

Así que de sopetón cogí los primeros billetes de avión destino Madrid junto a una amiga y nos fuimos a buscar piso. Costó y mucho. Los precios de Madrid eran (y siguen siéndolo) bastante prohibitivos, después de ver bastantes opciones me decidí por un pequeño estudio cerca de Plaza de Castilla; a solo tres paradas de metro de la academia donde hago el Máster. Con las llaves en la mano volví a casa para pasar mis últimos quince días en la Isla.

 

Madrid, mi nueva vida

Ya hemos llegado a septiembre y el año está a punto de finalizar. Los primeros días de caos fueron los más tensos. Llegar a mi nueva casa solo, con dos maletas rellenas de ropa y cosas básicas para la sobrevivir en un piso totalmente vacío. Las dos primeras semanas vivía, casi literalmente, en el centro comercial para comprar cosas tan básicas como unos platos y un microondas.

Luego empezaron las clases. De primeras era todo un poco extraño, pero luego conocí gente muy interesante con una vida muy dispar a la mía, propietarios de empresas, community managers de grandes multinacionales, youtubers… Y luego estaba yo. Recién salido de una carrera de audiovisuales, sin apenas experiencia laboral y sumergido en una aventura viviendo solo sin conocer a nadie en una gran ciudad. Ole tú.

A día de hoy sé que este máster es una gran oportunidad y que es el mundillo al que quiero unirme. Sé también que no estoy aprovechándolo al 200% como se merece, pero sin duda este es uno, quizá el principal, propósito de año nuevo. Visto así todo parece muy bonito, pero las clases acabaros abruptamente a mediados de noviembre y, hasta el próximo enero no vuelven a comenzar.

¡¡Wow, casi dos meses de vacaciones, qué envidia!! Eso es lo que te dice todo el mundo con un gesto de sorpresa. Eso mola si no eres nuevo en una ciudad, vives solo y no sabes que hacer con tu vida. Y así fue como a las dos semanas tuve mi primer bajón existencial en Madrid, lamentando todas y cada una de las veces en que pensé que irme de Mallorca fue una buena idea. En ese momento mi parte racional me dijo: o espabilas y cambias o ve sacando el helado de chocolate para sumergirte en tu vil depresión.

Así que saqué energía y falsos ánimos de donde no los tenía con la única intención de conocer gente, salir de la rutina y hacer más amenos los días hasta el momento de volver por Navidad a casa. Gracias a eso puedo decir que he vencido una batalla a mi timidez y a algunas inseguridades, aunque la guerra no ha hecho más que empezar.

Escribo estas últimas palabras del post en Mallorca pero con la mente puesta en Madrid, en todo lo que me espera para este 2017, nuevas emociones, nuevos proyectos, nuevas ilusiones y un montón de ganas en convertir este año en el que siempre quise tener.

Que el 2017 esté contigo.

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